—Sentía que el corazón se me iba a salir en cualquier momento, temblaba mucho por salir de mi casa. En ese entonces yo vivía en la casa de unos pastores y cuando yo voy bajando las escaleras, ella me ve, sonríe y yo sonrío de vuelta, entonces empezó a reírse y me dijo:
- Andrés y eso.
- No, pues quería hacerlo— le respondí con una sonrisa tímida.
—Entonces levanté la cabeza y decidí seguir, llegué a la puerta, pero tenía tanto miedo que la abrí para salir pero la cerré, me devolvía y no era capaz; cuando ya estaba a la mitad de las escaleras me devolvía otra vez y pensaba ‘no pero si ya estoy aquí ya me voy así’… Esto se repitió una y otra vez, yo no era capaz. Lo que hice para controlar mis nervios fue tener las manos ocupadas, en una mano la cartera y en la otra una sombrilla, fue así como pude salir.
Cuando Andrés Angulo, el protagonista de esta historia, se decide a salir, lo que ven los vecinos y transeúntes del sector es un hombre de traje con tacones y cartera rojos, un hombre que camina tan bien y con tanta seguridad que nadie imaginaría que por dentro iba hecho un manojo de nervios. La idea de salir a la calle, caminar entre la gente y, como cereza del pastel, tomar Transmilenio en tacones, le aterraba, pero su miedo no era caerse, su miedo eran los comentarios, las miradas, la apatía de los demás, un miedo que poco a poco fue superando.
—Llegué a la parada del alimentador y todo el mundo me quedaba mirando, en ese momento yo quería dar la impresión de que para mi era algo normal —aunque no era así— y por eso me mantuve muy serio y calmado; mucha gente me veía, se reía, veían como estaba de serio y entonces dejaban de reírse. Me convencí de que ese iba a ser mi día a día y debía adaptarme. La gente me grababa, se burlaba, hacían comentarios y fue incomodo, pero lo logré — Agregó Andrés.
Hoy aquel niño que jugaba a pie descalzo en las calles de San Martín de Loba, Bolívar, ya es un hombre, un hombre que poco a poco ha ido aceptándose a si mismo, un hombre que hoy recorre las calles de Bogotá y trabaja como cajero en Banco de Bogotá, pero en tacones rojos.
Su inspiración inicial fue una compañera que un día llevó unos tacones rojos que Andrés describe como “divinos, divinos”, luego de eso, lo intentó y aunque la primera vez tuvo miedo, el Banco de Bogotá y sus compañeros lo motivaron para seguir usándolos.
—Todos me decían que me veía muy bien, que debería seguir usándolos, entonces decidí seguir haciéndolo porque si a mis compañeros les gustaba como me veía, como no me iba a gustar a mi. El Banco de Bogotá ha sido un gran apoyo porque fue mi jefa, María Alejandra González, fue quien me preguntó por qué no utilizaba los tacones en el Banco (yo me los quitaba en la puerta para no entrar con ellos) y tomó la iniciativa para que las cosas se dieran, ahí me di cuenta de que el Banco esta pensando en nosotros, esta cambiando con nosotros y eso para mi ha sido muy valioso — dijo en medo de sonrisas y un tono lleno de seguridad.
—Yo siempre he creído en el efecto mariposa, y este es solo el primer paso para que más personas comiencen a cambiar sus formas de mostrarse en pro de sentirse más a gusto consigo mismo sin dañar a los demás, y en eso, el Banco es un gran apoyo porque nos permite ser nosotros. Me haría muy feliz ser inspiración de más compañeros que quieran expresarse de maneras diferentes porque créanme— se le escapa una sonrisa y sigue —esa sensación de usar tacones rojos no tiene comparación y todos tenemos nuestros propios tacones.
Después de tantos años en los que no quiso aceptar, ni siquiera para sí mismo su orientación sexual, salir en tacones es un gran hito en su vida. Lo recuerda casi con el mismo entusiasmo del día que, en frente de plena base de la Policía y a medio día, decidió hacer una pasarela con dos amigos más comiendo un bombombum y llevando el morral como si fuera una cartera en la mano; un momento que según dice, jamás podrá olvidar, porque fue como un ritual liberador para él… caminar sin pena y con la frente en alto ante una base llena de hombres que le chiflaban, le gritaban cosas y lo piropeaban, fue su declaración pública.
—Estaban gritando como si fuéramos en una pasarela, nos chiflaban, nos gritaban. Eran gritos como de alegría, motivándonos, o pues al menos así lo sentí yo en ese momento. Esto para mi significó demasiado— dice Andrés entre risas y lleno de orgullo. — Antes mis compañeros me preguntaban si yo era gay y siempre les decía que no, pero el día que les dije que sí, todos se alegraron, gritaron y empezaron a preguntarme cosas, fue una de las experiencias más reveladoras de mi vida.
El hijo del señor Jaide Angulo y la señora Candelaria León, que hace años jugaba y corría a pie descalzo, el hermano del medio en una familia de cinco, es hoy estudiante a distancia de ingeniería industrial, en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD) y ha superado la lucha consigo mismo por aceptarse tal cual es, por superar sus miedos y amarse a si mismo. Hoy no sabe que le depara el destino, pero lo único que tiene muy seguro, es que seguirá siendo él mismo, que no sacrificará su felicidad por lo que los demás puedan pensar o decir.
Andrés fue en algún momento, aquel familiar que todos sabían que era homosexual pero él lo negaba porque no se aceptaba, fue el compañero de camarote que parecía gay pero que nunca lo decía, el amigo del Banco que siempre quiso usar unos tacones como los de su compañera pero no lo hacía. Fue durante mucho tiempo, otra persona que no era él y se aprendió a querer y aceptar al ver cómo todos los demás lo hacían sin reparos, lo hizo por primera vez cuando les confirmó a sus compañeros de camarote en la Policía que en efecto era homosexual; cuando en una llamada le dijo a su papá que sí, que le gustaban los hombres; cuando sus hermanos y su mamá le dijeron que eso no importaba y no cambiaba nada en la casa; cuando decidió salir en tacones a la calle; y cuando el Banco de Bogotá le celebró el querer y poder ser él mismo.